Asquerosa, a 22 de diciembre de 1935
Querido Federico:
Estoy segura de que por mucho que hayas leído el nombre del remite de esta carta no consigues acordarte de mí. Tus padres, tan buenos y hospitalarios como siempre, me han facilitado tu dirección. A lo mejor si te digo quién es mi hermano, puede que una luz se encienda en tu memoria: Cecilio.
Yo soy su hermana pequeña. ¿Me recuerdas ahora? Nuestras familias estaban muy unidas. Tus hermanos, el mío, tú y yo aprendimos a pasar tres días a la semana juntos de tantas veces que nos veíamos. Teníamos nuestros momentos buenos de risas y nuestros momentos malos de rabietas tontas. ¿Te acuerdas de cuando rompí aquel libro tuyo? Creo que no me hablaste hasta que pasaron unas dos semanas. Y todavía no me canso de recordarte que fue sin querer, pues siempre que nos acordábamos de eso me mirabas con malos ojos.
Ya éramos mayorcitos cuando te fuiste a aquella residencia de estudiantes en Madrid. Desde entonces, no nos hemos vuelto a ver. Tampoco volvimos a contactar con tu familia porque nosotros también nos marchamos poco después. Exactamente a Maracena. Pero la situación se nos vino algo grande después de un tiempo y decidimos regresar.
Cuando llegamos nos contaron que volviste, te licenciaste pero nunca llegaste a trabajar como abogado. ¡Te lo dijimos, Federico! Te dijimos que no hicieras caso a tu padre.
Sabíamos que no durarías mucho tiempo sin poder dedicarte a tu gran pasión. Y también nos
contaron que algunas de tus obras estaban en la calle y que precisamente estabas en América.
Cómo te envidié en aquel momento. Y cómo te sigo envidiando ahora. Has conseguido tu sueño y encima has podido viajar. No sé si lo recuerdas, pero yo nunca paraba de decir lo mucho que me gustaría salir del país y practicar varios idiomas. Pero mi suerte no ha sido como la tuya: no estamos tan desahogados como tu familia, tuve que dejar los estudios antes de que te marcharas, ahora mis padres se están haciendo viejos y...
Esta es la razón por la que te escribo: Federico, Cecilio ha muerto.
Ha sido un duro golpe perder a mi único hermano y para mis padres perder a su único hijo varón. Recuerda que estábamos muy unidos y lamentaré su muerte el resto de mi vida. Lo han fusilado. Mis padres y yo insistimos en convencerlo de que no eran tiempos para expresar al mundo entero su mentalidad y su ideología sobre la España de estos años.
Él siempre fue de esas personas a las que les daba igual si estabas de acuerdo o no con él en algo, que se sentían orgullosas de tomar ese tipo de decisiones. Y al final aquel día lluvioso de noviembre... Tu madre pensó en que era mejor que yo te lo dijera personalmente.
Sé que tú no eres muy diferente a él y te escribo un consejo para que lo tengas presente en tu conciencia: no vuelvas a Granada. No vuelvas, al menos, hasta que las cosas se tranquilicen. Madrid seguro que es enorme y allí puedes pasar totalmente desapercibido. Sin embargo, Granada es pequeña e insignificante y no creo que tengas mucho en donde esconderte.
Confío en que lo tengas en cuenta, por favor. Para mí no sólo has sido un buen amigo sino otro hermano, aunque no sea de sangre. Digamos que "eres el único que me queda", y no quiero perderlo.
Siempre que podíamos, Cecilio y yo nos acercábamos a tu casa a preguntar si tenían noticias tuyas y cuando hubo algo que contar, una sonrisa iluminaba nuestras caras.
Seguiré yendo a tu casa aunque ya no tenga a nadie con quien ir.
Por último, quiero decirte que sigas como vas hasta ahora. Me alegro de oír decir a muchos que eres el mejor poeta que tendrá España. Y supongo que eso es porque te va bien. ¿No?
Mis padres te mandan un saludo de su parte.
Y yo te mando el abrazo más fuerte del mundo.
Myriam
P.D.: Lo más seguro es que esta carta te llegue en pascuas. Así que, ¡feliz Navidad!
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